Imagine que, a altas horas de la noche, alguien llama a su puerta… Abre los ojos…
–¿Estoy soñando? No, realmente escucho golpes…
Se levanta de un salto, ¡y el corazón se acelera! ¿Quién será? Otro golpe… ¿Y si es el vecino que tiene un problema grave, o un amigo que llega tarde?
Aunque sea prudente, usted no quiere ignorar un llamado de auxilio o una visita amistosa. Usted pregunta quién es y luego abre la puerta. ¡Es lo normal!
Esta es la imagen que el Señor Jesús utiliza para ayudarnos a comprender que en este momento él está llamando a la puerta del corazón de cada uno. ¡Y tal vez no sea la primera vez que lo hace!
Seguramente recuerda que muchas veces el Señor Jesús se le ha acercado por medio de acontecimientos que eran como un llamado a abrirle la puerta de su corazón. Pero usted estaba demasiado ocupado con su trabajo, su familia, sus distracciones… Jesús sigue diciéndole: ¡Ábreme! Es como un susurro lleno de bondad… Él no grita; espera pacientemente, mientras nos recuerda esta promesa: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Cenar con alguien es un momento de comunión, es la oportunidad de compartir con esa persona las alegrías, penas y preocupaciones… ¡Esto es lo que Jesús le propone incansablemente!
Usted no está soñando: hoy Jesús sigue llamando a su puerta. Quiere entrar en su vida para hacerle bien. ¡Ábrale ahora!
1 Samuel 27:1-28:14 – Mateo 21:23-46 – Salmo 18:43-50 – Proverbios 6:27-35