Este versículo puede considerarse como un lema reconfortante para los hijos de Dios en medio de las cambiantes condiciones de la vida. Saber esto debería calmar los temores, silenciar las quejas y llevarnos a una humilde sumisión.
¿Existe un mejor lugar para el creyente que las manos de Dios? Reconozcamos que somos malos jueces de lo que es mejor para nosotros y debemos razonar que la sabiduría infalible y el amor paternal de Dios han determinado que todo es necesario.
Alma mía, ¿hay algo que perturbe tu paz? ¿Has perdido el apoyo espiritual, se han reducido las comodidades materiales y tus seres queridos han sido golpeados y marchitados como la hierba? Debes saber que Dios fue quien aumentó tu carga y arruinó tus planes mundanos y tus esperanzas más preciadas. ¿Por qué? Porque él sabe que es necesario para traerte bendiciones espirituales más elevadas, las “bendiciones de bien” (Sal. 21:3). Procura tener una confianza más semejante a la de un niño, descansando en la voluntad de tu Padre celestial. Él no te guiará equivocadamente, porque la bondad incondicional es la característica esencial de cómo él trata contigo.
¡Oh, alma mía! Considera a nuestro Señor Jesús y recuerda que desde el pesebre de Belén hasta la cruz del Calvario, él soportó cada espina, pues ninguna de estas fue redundante ni innecesaria. Cada gota de su amargo cáliz fue mezclada por su Padre. Sabiendo esto, él pudo decir: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). ¡Acalla tu ateísmo secreto! Recuerda que él dio a su Hijo por ti. Él mismo se llama a sí mismo «tu Padre». No importa la prueba por la cual estés sufriendo ahora, permite que el comportamiento lleno de gracia del Salvador sea como el aceite que se derrama en el mar agitado; deja que seque cada lágrima rebelde. Recuerda: ¡Él, tu Padre infalible, lo sabe!