Cuando el Señor fue arrestado en Getsemaní, Él reconoció ese momento como la hora y la potestad de las tinieblas. En aquellos momentos, el hombre era la figura preponderante-el hombre lo tomó, lo clavó a la cruz, y con eso comprobó lo que Él mismo había dicho: “esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” (Lc. 22:53). El hombre estaba administrando los asuntos a su agrado, y así fue hasta las tres horas de tinieblas, desde la hora sexta hasta la hora novena, cuando Dios tomó el control, lo quebrantó, y puso su alma en ofrenda por el pecado (Is. 53:10).
Hay un gran beneficio para nosotros al contemplar el carácter especial de aquel momento. Durante toda su vida, el rostro del Padre brilló sobre Él. Pero ahora, según la profecía, allí estaba Él-el Cordero de Dios. Entonces, de inmediato, se convirtió en el Vencedor. ¡Dios no esperó a la resurrección para aprobar la muerte de Jesús! Él la aprobó rasgando el velo del templo. Este fue el sello privado de Dios y aconteció antes del tercer día, cuando Dios puso su sello público por medio de la resurrección.
Jesús cumplió la voluntad de Dios de dos formas. A lo largo de su vida, su trabajo fue cambiar las tinieblas en luz-esa era la voluntad del Padre para Él cuando estuvo aquí como Siervo. Como Víctima en su muerte, Él estaba cumpliendo la voluntad de Dios en juicio, y aquel juicio quedó satisfecho cuando Él entregó su espíritu. Luego de esto, habiendo atravesado tanto la hora del hombre como la hora de Dios, lo vemos en resurrección durante Su propia hora: ¡la eternidad! ¡Qué bendición será para nosotros estar junto a Él, y entrar en una eternidad resplandeciente e íntima con nuestro Jesús!