Hoy nada me sale bien… Ayer sentí al Señor cerca de mí; ahora no puedo orar, y el Señor parece lejano… No siento el gozo y la paz de ayer. ¿Qué ocurre? ¿He actuado mal? ¿El Señor se ha alejado de mí?
Muchos cristianos, en mayor o menor medida, sufren altibajos, cambios de ánimo…
Cuando el sol está oculto por las nubes, sigue brillando en el cielo. Pero desde la tierra, su brillo es velado.
Lo mismo sucede con el amor de Dios. Como el sol que brilla por encima de las nubes, el amor de Dios no cambia. Conserva toda su intensidad y sigue dispuesto a desplegarse eficazmente para animarnos con ternura.
¿Queremos encerrarnos en las circunstancias de nuestra vida, llevar el peso de nuestras preocupaciones, dejarnos corroer por la amargura? ¿Queremos vivir solos, negarnos a reconocer nuestras faltas, a perdonar? En otras palabras, ¿queremos permanecer bajo la nube? ¿O decidimos atravesarla con una mirada de fe, alzando los ojos hacia nuestro Dios quien es luz, y ver, como él ve, lo que nos aqueja? Él nos dará el consuelo de su amor, la guía de su sabiduría, la fuerza y el gozo de su perdón.
¡Dirijamos nuestros pensamientos hacia Jesús! Su obra en la cruz es perfecta y suficiente para mi salvación eterna. Su amor nunca se verá alterado por mi conducta, y su bondad perdura de día en día (Salmo 52:1).
“Los que confían en el Señor son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre” (Salmo 125:1).
Ester 4 – Juan 15 – Salmo 119:89-96 – Proverbios 26:17-18