“Jesús lloró”. Este versículo, el más corto del Nuevo Testamento, habla a nuestros corazones. El deseo del Señor era sanar los corazones heridos y llorar con los que lloran (Romanos 12:15). ¡Cuánta simpatía vemos en estas lágrimas del Señor! Acababa de hablar de sí mismo como “la resurrección y la vida” (Juan 11:25), e inmediatamente después lloró con una familia en duelo.
En sus palabras de despedida a los discípulos, dejando de lado sus propias tristezas, trató de aliviar la de ellos: “No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Mientras caminaba hacia la cruz, se volvió y tranquilizó a los que le seguían llorando (Lucas 23:27-28). En la cruz, con ternura, se inclinó hacia María, su angustiada madre, y le dio un “hijo” y un hogar (Juan 19:26-27).
Como nuestro Señor, escuchemos a los que sufren, tengamos “misericordia del pobre y del menesteroso”, ayudemos a los afligidos que no tienen quién los socorra (Salmo 72:12-13).
Pidiendo al Señor su ayuda, acerquémonos también a los que están de luto, y recordémosles que “los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).
“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).
Ester 3 – Juan 14 – Salmo 119:81-88 – Proverbios 26:15-16