Los humanos, seres mortales, no pueden encontrarse con Dios cara a cara: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá”, dijo Dios a Moisés (Éxodo 33:20). Esto es precisamente lo que hace de la encarnación de Jesucristo un acontecimiento tan extraordinario. Aunque ningún hombre ha visto a Dios, “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Jesucristo se hizo hombre y habitó entre nosotros (Juan 1:14). Dios Hijo dejó su hogar celestial. Vino a nuestro mundo para redimirnos de la esclavitud del pecado y llevarnos con él al cielo. Libres del pecado, veremos la gloria de Dios revelada en su plenitud. ¡Esta visión superará todas las maravillas terrenales conocidas o imaginables! Para la fe del cristiano esta es una perspectiva gloriosa: ¡Verá a su Señor cara a cara! (1 Corintios 13:12).
La Biblia revela cómo se desarrollarán estos acontecimientos: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17).
“El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
“Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (v. 20).
Nehemías 9 – Juan 11:1-16 – Salmo 119:25-32 – Proverbios 26:1-2