Después de la muerte de su hijo, la sunamita permaneció tranquila y no se quejó. No alarmó a los que la rodeaban. Ninguno de los presentes podía imaginar el dolor de su corazón de madre. A su marido le respondió: “Paz”, es decir, todo está bien, y fue al profeta de Dios, a quien había recibido en su casa. Solo a él abrió su corazón y le habló de la muerte de su hijo. A pesar de su dolor, ella confiaba en que Dios podía resucitarlo.
Esta historia nos habla a nosotros los creyentes. Podemos vivir situaciones muy dolorosas, estar tan desesperados al punto de que ello afecte a los que nos rodean, quizás incluso dudemos del amor de Dios. La tristeza llena nuestros corazones, nuestros rostros están demacrados y nos quedamos solos con nuestro dolor, a veces agravado por el sentimiento de ser incomprendidos, incluso por nuestros seres queridos. La sunamita fue al profeta… ¡Dirijámonos a Dios y a su Hijo Jesucristo, mediante la oración!
Dios nos ama, pidámosle que nos ayude a confiar verdaderamente en él. Él conoce cada circunstancia de nuestra vida, y es el único que puede ayudarnos a salir de ellas victoriosos. Entonces podremos decir, como la sunamita: “Paz”, todo va bien, también en una situación dolorosa.
“Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
Nehemías 7 – Juan 9 – Salmo 119:9-16 – Proverbios 25:25-26