A veces confundimos la confesión de nuestros pecados a Dios, la cual conduce al perdón, con la autocrítica. Esta última me hace sentir que soy inexcusable, y me dificulta el acceso al perdón divino. Dios no nos pide que vivamos con un sentimiento de culpa.
Un creyente escribió: «Lo que hice en el pasado está mal, pero no determina quién soy ahora. Es cierto que hice daño a mucha gente, pero no puedo volver atrás. Lo lamento, me causa mucha tristeza, pero ser consciente de esto es diferente a la autocrítica que me aprisiona. En cuanto empiezo a oír su voz dentro de mí, sé que no es la voz de Dios. Cristo sufrió en la cruz por todos mis pecados. Él no quiere que yo permanezca bajo condenación; él sufrió el castigo en mi lugar. Con su gracia puedo superar los sentimientos de vergüenza y culpa, creer la Palabra de Dios que me dice que soy justificado en Cristo, y que él me ha limpiado mediante su sacrificio en la cruz. Por medio de él puedo vivir libre de mis sentimientos de vergüenza, basándome en lo que él hizo posible al morir en mi lugar.
Me costaba mucho creer en el perdón de Dios. Tuve que asumir toda la responsabilidad de mis actos para sentirme plenamente perdonado por Dios» (según B. Mitchell).
El rey David escribió: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5).
Nehemías 2 – Juan 6:41-71 – Salmo 118:5-9 – Proverbios 25:14-15