El centurión romano que acudió a Jesús para suplicar por su criado enfermo (Lucas 7) tenía grandes cualidades. ¡Era un verdadero líder, sabía cómo hacerse obedecer! “Digo a este: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. A pesar de ello era humilde y dijo a Jesús: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo”. También mostró un verdadero interés por su siervo enfermo.
El Señor no respondió la petición de este hombre gracias a sus cualidades. ¡En absoluto! Nadie puede contar con las bendiciones divinas argumentando ser bueno, justo, amable, sincero. Jesús respondió la petición del oficial porque halló en él una gran fe, fe que él aprecia. Cuando el oficial le dijo: “Di la palabra, y mi siervo será sano”, Jesús respondió a su fe y sanó al enfermo. La confianza de este hombre es admirable, Jesús lo afirmó. ¡Una palabra fue suficiente para darle la certeza de la liberación!
Jesús también pronunció esta palabra de salvación para nosotros: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Nuestras cualidades y méritos no nos harán ganar el favor de Dios. Esto solo puede hacerlo la fe en la obra de salvación hecha por Jesús. “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
Esdras 10 – Juan 6:1-21 – Salmo 117 – Proverbios 25:11