«Cuando era adolescente quería saber por qué en este mundo suceden cosas tan malas como las guerras, los asesinatos, etc. ¿Qué es bueno y qué es malo? ¿Quién lo determina? ¿A quién le importa? Yo había hecho cosas malas, y continuaba haciéndolas. Cuantas más preguntas hacía para averiguar la verdad, más ideas diferentes escuchaba sobre Dios. Estaba desesperada, incluso intenté suicidarme porque no me interesaba vivir en un mundo tan corrompido y loco. Felizmente, cuando mi intento fracasó, sentí en mi corazón: «ay un Dios, y él quiere que yo viva». Entonces le clamé: «¡Si te interesas por mí, demuéstrame que eres verdadero! ». Una persona me sugirió ir a una reunión cristiana. Aunque poco convencida, asistí. Nunca había oído hablar de estos temas, y descubrí que durante casi veinte años me había conformado con escuchar lo que los sacerdotes predicaban, sin tomar nunca una Biblia para leer yo misma la Palabra de Dios. Nunca había examinado mi vida a la luz de las Escrituras, sobre las cuales debemos apoyarnos como cristianos. Todo era nuevo, por primera vez en mi vida me sentí libre… ¡Libre de toda la rabia que me había tragado durante años! Comprendí que nada es más importante que la salvación a través del sacrificio de Jesucristo, quien murió por todos mis pecados. ¡Empezaba una nueva vida!».
Esdras 6 – Juan 4:1-30 – Salmo 115:1-8 – Proverbios 25:1-3