Alguien dijo: «La Biblia no es un libro que el hombre podría haber escrito, si hubiera querido. Tampoco es un libro que el hombre, de haber podido, hubiera querido escribir». En efecto, ella no nos da un mensaje que un hombre hubiera inventado. Este no podría ni querría hacerlo. ¿Por qué? Porque la Biblia no está centrada en el hombre, sino en Dios. Dios ocupa el primer lugar y todo converge hacia él. El hombre viene después.
En los libros escritos por los seres humanos, el hombre es el centro. El punto de partida de las reflexiones religiosas suele estar vinculado a la condición social de los hombres: sufrimiento, miseria… La Biblia considera en primer lugar el tema del bien y del mal, de la justicia y del amor.
Su enseñanza sobre las realidades de la vida podría resumirse así:
– Dios es antes de todas las cosas, está por encima de todo, es el Maestro soberano, todopoderoso y justo, a quien nadie puede engañar.
– Dios es amor y da su gracia, ese bien inmerecido que ofrece, por lo que él es, y no por lo que nosotros somos.
– La salvación que Dios nos ofrece es completa, nos permite estar en paz con él y, por consiguiente, vivir en relación con él. Aprendemos a conocerlo y a confiar en él, a menudo a través de las dificultades. “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:2).
Esdras 5 – Juan 3:22-36 – Salmo 114 – Proverbios 24:30-34