Un médico siempre empieza por interrogar y examinar al paciente antes de recetarle un medicamento. Apoya su mano en varias partes del cuerpo sin que el paciente diga mucho, hasta que toca un punto sensible. Entonces el dolor provoca una queja del paciente: «¡No presione más, doctor, me está haciendo daño!».
Lo mismo ocurre cuando se toca la conciencia. Mientras se hable de manera general sobre el mal en el mundo, la utilidad de tener una religión, la existencia de Dios, todo está bien; la mayoría de la gente está de acuerdo. Pero si hablamos de la necesidad del arrepentimiento personal, tocamos un punto sensible, provocamos este grito: «¡No presione!».
Uno no nace cristiano. No nos convertimos en cristianos al ser bautizados, pero sí al recibir a Jesús, el Hijo de Dios, como nuestro Salvador personal, habiendo reconocido nuestra culpa ante él.
Este es el punto sensible: si alguien le habla de la maldad y la injusticia en el mundo, usted está de acuerdo, pero cuando alguien le sugiere que usted también es un pecador que merece la condena de Dios, reacciona. Sin embargo, la Biblia afirma claramente: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
¿Cuál es el remedio? Volverse a Dios. Él perdona a los que se arrepienten y creen en el Salvador y Señor Jesucristo.
“Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20).
Ezequiel 24 – Gálatas 1 – Salmo 37:35-40 – Proverbios 12:19-20