En la Biblia, la expresión “cubierto su pecado” no significa esconder el mal o pasarlo por alto. Cuando alguien se arrepiente y se vuelve a Dios, Dios cubre su pecado, es decir, lo quita de delante de él y no lo recuerda más.
Pero Dios no cubre el pecado en detrimento de su justicia o santidad, pues sus ojos son demasiado puros “para ver el mal” (Habacuc 1:13). Para los que creen en Jesucristo como su Salvador, y le confiesan sus pecados, el mal es quitado definitivamente por medio de su sangre vertida en la cruz. Dios sería injusto con su Hijo si hiciera que un creyente llevara el peso de un pecado confesado. Todo cristiano se apoya en esta afirmación bíblica: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). ¡Confesar nuestros pecados al Señor siempre trae el perdón! Conociendo el precio que Jesús pagó por este perdón, trataremos de agradarle y evitaremos cometer de nuevo los mismos pecados.
Ahora bien, ¿qué debo hacer si descubro que uno de mis hermanos está actuando mal? En primer lugar, y esto es imprescindible, lo «cubro»: no se lo cuento a nadie, excepto a Dios. Luego debo hablar con él para ayudarle a reconocer su error, a confesarlo y a apartarse de él. Esto es fundamental para que mi hermano recupere una relación sana con Dios, pues cuando pecamos, nuestra relación con Dios se enfría.
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13).
Ezequiel 20:1-22 – Hechos 26:1-18 – Salmo 36:7-12 – Proverbios 12:7-8