Creo verdaderamente en Dios, admito que el evangelio es verdadero, acepto las evidencias de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. ¿No es suficiente? No, para ser salvo también es necesario sentir la necesidad de ser liberado de sus pecados. Entonces, ¿quién puede salvarme del castigo que merezco por mi propia culpa? ¿Quién puede responder a la ofensa hecha a Dios cuando el hombre crucificó a Jesús, el justo, el enviado y amado Hijo de Dios el Padre?
El amor de Dios responde: ¡Solo Jesús!
Aquel a quien los hombres despreciaron, odiaron, rechazaron y crucificaron, solo él, la víctima santa y pura, pudo llevar en la cruz el castigo que nosotros merecíamos por todos nuestros pecados.
Para ser salvos debemos mirar a Jesús, cuyo nombre significa Dios Salvador. Cuando somos salvos podemos tener la plena certeza de que creyendo en su nombre tenemos una perfecta liberación de todo el mal que hay en nuestro corazón. Y, además, ahora nuestro corazón puede llenarse con los dones que Jesús mismo nos otorga. “La paz os dejo, mi paz
“El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23).
Ezequiel 16:35-63 – Hechos 22:22-23:11 – Salmo 35:9-14 – Proverbios 11:31