«Perdí a mis padres cuando tenía cuatro años. Mi única familia eran mi hermano y mi hermana menores que yo. Fuimos adoptados por una amorosa familia cristiana en Francia.
Crecí, pues, en un entorno donde la Biblia era familiar. Mi hermano, mi hermana y yo íbamos a la escuela dominical; allí, con otros niños, aprendimos más acerca de Dios y de su amor por nosotros. Nuestros padres adoptivos fueron diligentes en presentarnos al Señor Jesús. Leíamos la Biblia todas las noches en familia. Recibí mi primera Biblia a los 13 años, como regalo de cumpleaños. Ese libro nunca me abandonó, lo puse en mi equipaje cuando tuve que dejar a mi familia para ir a continuar mis estudios.
Entonces volví a experimentar la soledad. Allí Dios, a quien creía conocer, parecía estar muy lejos. Mi corazón estaba endurecido, irritado contra la sociedad. Solo tenía un conocimiento intelectual de la Biblia.
Una mañana, mientras estaba haciendo mi trabajo, Dios se me reveló de una manera súbita. No puedo explicar por qué, pero desde esa «revelación» fui transformada. Leyendo la Biblia comprendí que el Señor había perdonado mis pecados y me había salvado, porque creía en él.
Me bautizaron en diciembre de 1973. Entonces empecé a servir a Jesús y a dar testimonio de él. Luego conocí al que se convirtió en mi esposo, y juntos seguimos sirviendo a nuestro Señor y hablando de él a otros».
Ezequiel 14-15 – Hechos 21:17-36 – Salmo 34:15-22 – Proverbios 11:27-28