Al igual que Judas, Simón Pedro fue elegido personalmente por Jesús (Mateo 10:2-4). Se reconoció a sí mismo como pecador (Lucas 5:8) y discernió en Jesús al “Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Tenía un vínculo personal con Jesús, creía en él y lo consideraba su Maestro, lo que nunca ocurrió con Judas.
Seguro de su amor por Jesús, Simón confiaba en sí mismo para seguirle. Cuando Jesús le advirtió que la noche siguiente lo negaría, Simón afirmó rotundamente lo contrario. Esa noche siniestra en la que Jesús estaba en manos de sus enemigos, traicionado y entregado por Judas, Simón se asustó y negó tres veces a su Señor, afirmando que no lo conocía.
A pesar de las burlas y las falsas acusaciones que sufrió, Jesús no se olvidó de Simón. En ese mismo momento se volvió y lo miró. Simón reconoció su falta. Arrepentido, lloró amargamente (Lucas 22:54-62). Sabía que Jesús seguía amándolo, y no fue a suicidarse, como Judas. ¡Estaba tratando con Jesús, no con Satanás! Jesús había orado por él, para que su fe no flaqueara (Lucas 22:31-32). Su mirada afectuosa y triste demostró a Simón que Jesús no lo negaba, y evitó que se hundiese en la desesperación.
Después de su resurrección, Jesús se apareció a Pedro a solas, sin testigos. Seguía siendo su discípulo. Más tarde, Jesús volvió a ocuparse de él. Le confió públicamente el cuidado de los corderos y las ovejas de su rebaño, pequeños y grandes, que creerían en Jesús (Juan 21).
Ezequiel 10 – Hechos 19:23-41 – Salmo 33:10-15 – Proverbios 11:19-20