En el pasado, Dios dio instrucciones a su pueblo concernientes al perdón de los pecados: los sacrificios de animales debían ofrecerse con regularidad y renovarse continuamente, lo que demostraba que el pecado nunca se quitaba para siempre. Por eso nadie podía estar en paz ni tener una conciencia tranquila ante Dios (Hebreos 10:1-4). Los sacrificios recordaban la existencia del pecado y mostraban la paciencia de Dios. Prefiguraban el sacrificio que Dios mismo había preparado en la persona de su unigénito Hijo, Jesús, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Pero el sacrificio de Jesús en la cruz se cumplió una vez para siempre. ¡El perdón obtenido es definitivo! La epístola a los hebreos subraya el contraste entre los sacrificios del pasado y el sacrificio hecho por Jesús. Antes de expirar, Jesús dijo: “Consumado es” (Juan 19:30).
Los sacerdotes de antaño debían permanecer de pie para renovar los sacrificios. Pero Jesucristo ascendió al cielo, se sentó, y “terminó con el pecado” (1 Pedro 4:1). Esto demuestra que el perdón obtenido no puede ser cuestionado. ¡El problema está resuelto para siempre!
Otros pasajes lo confirman: “… lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:27). “Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). El que cree esto es salvo para siempre. ¡Nada puede dar al creyente una paz más sólida que la expresión “una vez para siempre”!
Ezequiel 9 – Hechos 19:1-22 – Salmo 33:1-9 – Proverbios 11:17-18