Un historiador de las religiones dijo: «Siempre he estado convencido de que Dios se nos escapa totalmente, y me defino como un creyente agnóstico, es decir, un creyente, porque he tenido la experiencia de amar a un ser que nos supera totalmente, pero al que no puedo definir».
Un amigo de Job le dijo: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás?” (Job 11:7-8).
Dios es infinitamente grande y nuestra inteligencia natural es incapaz de entrar en su conocimiento. Sin embargo, Dios no quiere dejarnos en la ignorancia: las cosas “que Dios ha preparado para los que le aman… nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:9-10). La Biblia, la Palabra de Dios escrita, está a nuestra disposición. No solo debemos creer en Dios, sino también creer a Dios, es decir, creer lo que nos dice. Podemos creer que Jesús existió, lo que históricamente es fácil, pero también debemos creer en él. “Creéis en Dios, creed también en mí”, dijo Jesús a sus discípulos (Juan 14:1). Para recibir esta revelación, debemos ocupar el lugar de los que se dejan enseñar, como “niños”, ante la grandeza y majestad de su Creador.
“La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).
Ezequiel 2 – Hechos 14 – Salmo 31:1-8 – Proverbios 11:3-4