David Livingstone (1813-1873), un conocido médico misionero británico, predicó el evangelio en regiones de África hasta entonces inexploradas. Demacrado, debilitado por las enfermedades tropicales y discapacitado debido a las heridas de su brazo izquierdo destruido por un león, se dirigió a los estudiantes de la Universidad de Glasgow, donde él mismo había estudiado. Lleno de entusiasmo, interpeló a su público con estas palabras:

–¿Quieren que les diga lo que siempre me ha sostenido estos años entre pueblos hostiles? La presencia del Señor Jesús, prometida a los suyos hace 19 siglos: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20). Este era el secreto, más poderoso que todas las dificultades, que animaba a este hombre y le daba una energía sobrehumana.

Semejante experiencia ¿es solo para los cristianos excepcionales? ¿Es necesario viajar a un país lejano para vivirla? No, la promesa que el Señor Jesús hizo a sus discípulos se dirige a todos los suyos en todo momento, lugar y circunstancia.

Como ese misionero, busquemos la presencia de Jesús, fuente del gozo y de la fuerza. La receta es fácil: Leamos la Palabra de Dios con oración y perseverancia. Escuchemos al Señor, en paz, y él se revelará de forma precisa para mostrarnos lo que espera de cada uno de nosotros. ¡Si deseamos obedecerle, le veremos actuar con poder!