En muchos hogares reina la incomprensión, los malentendidos, las discusiones, el sufrimiento… de modo que la única solución parece ser la separación.
Dios instituyó el matrimonio como la relación más hermosa que un hombre y una mujer pueden tener en la tierra. ¡Dios es amor! Él es el único que puede enseñarnos a amar. La Biblia nos muestra el verdadero amor como el resultado de la obra de Dios en el creyente: “El fruto del Espíritu es amor” (Gálatas 5:22). “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5:5). Es, pues, primordial volvernos a Dios. No olvidemos cuánto nos ama y cuánto necesitamos ese amor para poder amar a nuestro cónyuge.
El amor es más que un sentimiento. ¡Es una elección, un acto voluntario! Dios eligió amarnos. Su maravilloso amor nos da la fuerza para elegir el perdón en lugar de la amargura, la generosidad en lugar del egoísmo, la fidelidad en lugar de la traición.
La voluntad de Dios siempre es que las parejas permanezcan unidas (Mateo 19:6). Para aquellos cuyo matrimonio va mal, no se trata de aceptar simplemente la situación y sufrir en silencio. Dios tiene el poder de transformar su matrimonio, trabajando en el corazón de cada uno. Aunque su pareja no sea creyente, Dios puede obrar en su corazón a través de usted (1 Corintios 7:16). Si pedimos ayuda a Dios, ninguna situación es irremediable. En el fondo de un valle, imagen de la prueba, él abre una “puerta de esperanza” (Oseas 2:15).
2 Samuel 24 – Hechos 13:1-25 – Salmo 30:1-5 – Proverbios 10:31-32