Comúnmente la palabra “temer” significa: tener miedo. A menudo la Biblia menciona ese sentimiento muy humano. El hombre siente temor ante las circunstancias adversas. Pero también puede tener miedo de Dios, como Adán y Eva: ellos habían desobedecido a Dios en el huerto del Edén. Cuando Dios llamó a Adán, este le respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo” (Génesis 3:10). Es el temor que aleja de Dios, un miedo que nos hace huir porque nuestra conciencia nos acusa.
Pero en la expresión “el temor del Señor”, la palabra “temor” tiene otro sentido. Significa un santo respeto que todos los verdaderos creyentes tienen hacia Dios. Es muy distinto al miedo. Es la conciencia de la santidad divina, que nos lleva a estar atentos a lo que hacemos o pensamos. Este temor nos aleja del pecado. Nos da sabiduría e inteligencia moral: “El temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28:28).
Los que se convierten en hijos de Dios descubren en Dios a un Padre bueno y misericordioso. Le sirven por amor, con gozo, agradecimiento, y una confianza total. El creyente no tiene más miedo a Dios porque sabe que él lo ama con amor perfecto. “No hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).
Si amamos al Señor, también le temeremos, es decir, no desearemos desagradarle. Y su amor por nosotros, en nosotros y con nosotros, nos hará personas de paz y de confianza.
Éxodo 2 – Hechos 3 – Salmo 24:1-6 – Proverbios 10:3-4