Luego de que su esposa reveló la respuesta a su enigma, Sansón pagó su apuesta matando a otros filisteos y dándole sus vestimentas a quienes habían dado la respuesta al enigma. Luego de eso, se devolvió enojado a la casa de su padre. Cuando volvió, se dio cuenta que su esposa había sido dada a su compañero, así que cazó 300 zorras, las juntó cola con cola, puso una antorcha entre cada dos colas, y así quemó los campos sembrados de los filisteos. Como venganza, ellos quemaron a su esposa y al padre de ella, y Sansón se vengó de ellos atacándolos con una gran mortandad.
Dios había dicho que Sansón comenzaría a “salvar a Israel de mano de los filisteos”. Tristemente, cuando la Escritura relata sus conflictos contra los filisteos, ella indica que lo hizo más que nada por venganza y no como un servicio a Dios.
Podemos entender que el mundo impío hable de “desquitarse”, o busque venganza por los daños o desprecios causados. Esto es volver a lo que quiso hacer Lamec, descendiente de Caín, el cual, justificándose a sí mismo, le dijo a sus esposas: “Pues he dado muerte a un hombre por haberme herido, y a un muchacho por haberme pegado” (Gn. 4:23 NBLA). ¡Qué diferente es el ejemplo de nuestro Señor Jesús, “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba”. Se nos dice que debemos seguir sus pisadas (1 P. 2:23, 21). “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19).