¡Agua! La bebemos de un vaso, la admiramos en un lago, la utilizamos para cocinar, y la disfrutamos en una ducha. Los hombres la han deseado, han peleado por ella, y han muerto por falta de ella. Con razón la Palabra de Dios utiliza al agua como una ilustración del refrigerio y la bendición que Dios provee a las almas sedientas. En el versículo de hoy, Dios expresa, en un lenguaje figurativo, las bendiciones que derramará sobre Israel en un día venidero. Al restaurar a su pueblo terrenal para sí mismo, Él se refiere a ellos como “siervo mío… a quien yo escogí” (v. 1). El agua que derramará sobre sus almas sedientas será su Espíritu, el cual generará que ellos broten “entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas” (v. 4).
¿Y qué hay del agua espiritual que el Señor nos da hoy en día? Primero está el “agua viva” que Él les da a las almas sedientas que se la piden. Cuando el señor le habló de esto a la mujer junto al pozo de Sicar, Él la describió como “una fuente de agua” que salta “para vida eterna” (Jn. 4:14). Los que hemos bebido de esta agua viva hemos constatado que tiene este efecto en nuestras propias vidas. Provee todo lo que sugiere la figura de una fuente: refrigerio, belleza y satisfacción de nuestras necesidades. Al venir a Cristo, hemos comenzado a aprender cómo Él puede reemplazar la esterilidad y la amargura con fecundidad y amor.
Y también están los “ríos de agua viva” (Jn. 7:38) que fluyen de los corazones de aquellos que han creído en Cristo. El agua que Dios provee no satisface solamente nuestras propias necesidades y deseos, sino que también fluye de nuestras vidas hacia otras almas sedientas a nuestro alrededor. El Señor habló de este manantial como resultado del Espíritu “que habían de recibir los que creyesen en Él” (Jn. 7:39). ¡Bienaventurados los cristianos cuyas vidas están llenas y rebosando del agua viva!