¡Había tres cruces! La del centro era la de Jesús, y a cada lado estaba la de un ladrón crucificado.
Uno de ellos fue salvo en el último momento; así que nadie pierda la esperanza. Sus ojos fueron abiertos por la fe en la obra que Cristo, el crucificado del centro, estaba cumpliendo. La revelación de Cristo a su alma, por el Espíritu, lo convenció de su culpabilidad. Entonces dijo a su compañero: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lucas 23:41). Además de reconocer que merecía su propio castigo, dio un hermoso testimonio de Cristo: “Mas este ningún mal hizo”.
Luego, dirigiéndose a Jesús, el ladrón arrepentido le pidió: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:42). Así, justo después de reconocer la inocencia de Jesús ante el otro ladrón, se dirigió a Cristo. No pensó en su dolor ni en los que rodeaban la cruz; reconoció a Jesús como Salvador y Rey. Tenía la certeza de que su reino llegaría. Su mente estaba fija en Cristo, miraba hacia otro reino, donde la muerte no puede entrar. Para él no había ninguna nube, ninguna duda, sino la convicción apacible y firme de que el Señor Jesús vendría en su reino.
Jesús le dio mucho más de lo que su fe pidió. Le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
2 Crónicas 9 – 1 Corintios 2 – Salmo 99:1-5 – Proverbios 22:1-2