Esa noche se ofrecía un gran banquete, pero cada uno de los invitados dio excusas para no asistir.

El primero dijo: “He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses”. La compra ya se había hecho, ¿era urgente ir a ver ese campo?

El segundo dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses”. ¿Era necesario probar, al final del día, los diez bueyes que acababa de comprar?

El tercero dijo: “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”. La razón parecía válida, sin embargo, ¡él y su esposa podrían haber aceptado la invitación e ir juntos al banquete!

A veces manifestamos la misma actitud cuando los bienes materiales, el trabajo o la vida familiar se anteponen al llamado de Dios. Con amabilidad cada uno dice que no tiene tiempo. De hecho, ¡no quiere venir porque sus prioridades están en otra parte!

La mayor invitación hecha a cada ser humano es a ir al Señor Jesús para recibir el perdón de sus pecados y la vida eterna. Él vino a buscar y a salvar a los que estaban perdidos. Jesús invita con bondad a cada uno, pero no obliga a nadie. ¿Responderá usted a esta invitación?

Dejar que la riqueza, el trabajo, la familia y la vida social ocupen todo nuestro tiempo sería un gran error. Si involucramos al Señor en todos nuestros pensamientos y decisiones, encontraremos tiempo para él. No busquemos excusas… ¡que no son excusas!