Existe un juego en internet que, según los autores, evalúa nuestro nivel de «pureza». Consta de unas 50 preguntas sobre temas relacionados con el alcohol, el sexo, la higiene, la moral y las drogas. Según la página web, este juego podría decirnos mucho sobre nosotros mismos. Los resultados dicen si uno es santo, puro, normal… o insano, inmoral, depravado. ¿Podemos confiar en tal diagnóstico?
Preguntarse cómo ser purificados es bueno. El patriarca Job lo hizo y dijo: “¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?” (Job 25:4).
Es fácil estar satisfecho consigo mismo ante nuestros semejantes, pero en presencia de la santidad de Dios es muy diferente. Dios mismo declara respecto a nuestro estado moral: “Todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno” (Salmo 53:3). Entonces surge la pregunta: “¿Quién estará en su lugar santo?” (Salmo 24:3). La respuesta es: “El limpio de manos y puro de corazón”.
Pero, ¿quién puede arrogarse tal estado? ¡Nadie! Sin embargo, Dios nos da la solución: la fe en Jesucristo purifica nuestros corazones (Hechos 15:9). El remedio para purificar del pecado y de la impureza fue dado cuando Jesús murió en la cruz. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
1 Crónicas 13-14 – Lucas 12:41-59 – Salmo 89:38-45 – Proverbios 20:18-19