– Dios dijo a Abraham: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Abraham, que no tenía hijos, respondió: “¿Qué me darás, siendo así que ando sin hijo… ?”. Entonces el Señor le anunció que tendría realmente un hijo. Luego lo llevó afuera, y le dijo: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas… Así será tu descendencia” (Génesis 15:1-5).
– El apóstol Pablo tenía un sufrimiento físico continuo, por eso suplicó al Señor que lo curase. No se nos dice la respuesta, pero sabemos que el apóstol suplicó una segunda vez, y luego una tercera. Y solo entonces escuchamos la respuesta divina: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
– Jesús habla de su regreso. Entonces el Espíritu y la Iglesia, su Esposa, exclaman: “Ven”. Un poco después el Señor responde: “Ciertamente vengo en breve”. Y la Iglesia le responde: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17-20).
Estos diálogos muestran lo que es la comunión con Dios. Escuchando al Señor, dirigiéndonos a él por medio de la oración, y meditando su Palabra, intercambiamos pensamientos con él. Y esto, por supuesto, si primero lo hemos recibido en nuestra vida. A veces el Señor nos habla y nos interpela de una manera u otra. Entonces, ¿podremos responderle como Samuel: habla, Señor, “porque tu siervo oye”? (1 Samuel 3:10).
Ezequiel 18 – Hechos 24 – Salmo 35:22-28 – Proverbios 12:3-4