Aquí no nos referimos al arrepentimiento individual o colectivo ante los hombres por haber cometido graves faltas en el ámbito político o religioso. Se trata del arrepentimiento respecto a Dios. La palabra “arrepentimiento” ocupa un lugar importante en la Biblia. Efectivamente, para cada uno de nosotros, arrepentirse es el punto de partida de una relación con Dios. Esta fue la esencia de la predicación de Juan el Bautista, de Jesús mismo, y luego de los apóstoles (Marcos 1:4, 15; Lucas 24:47).
El arrepentimiento es una obra que Dios hace en el alma. Es un cambio de pensamiento con respecto a uno mismo y a Dios. Por un lado, el hombre toma conciencia de que es un pecador, y por el otro, que Dios no quiere condenarlo, sino perdonarlo y darle la vida eterna.
El arrepentimiento conduce a la conversión, la cual no es un simple cambio superficial de comportamiento. Es un cambio decidido del corazón, para acercarse a Dios. El apóstol Pedro hace este llamado: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados”.
¿Quién tiene que arrepentirse? ¡Todo ser humano! En efecto, “Dios… manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Y “su benignidad te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4).
“Arrepentíos… Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:2, 8). Producir tal fruto es cambiar de conducta: mis prioridades son diferentes, trato de agradar a Dios y no a mí mismo.
Jesús dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32).
Ezequiel 22 – Hechos 27:13-44 – Salmo 37:16-22 – Proverbios 12:13-14