Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían.
Era el cumpleaños de Hugo. Su tío le había dado un poco de dinero; con esa suma podía comprar lo que tanto deseaba: un pequeño acuario con dos peces rojos que nadan entre conchas amarillas, plantas verdes y piedras multicolores. El día siguiente iría a la tienda donde ya había admirado el objeto de sus deseos.
Esa tarde, en el curso bíblico, el maestro habló de los leprosos y del dinero que a veces falta para atenderlos en el hospital y para comprar los medicamentos.
–¡Qué pena que no pueda dar nada!, pensó Hugo, pues tengo el dinero justo para mis dos peces.
Y soñando con su acuario, no escuchó más al maestro. Pero de repente le oyó decir:
–Sí, ese niño también dio dos peces al Señor Jesús.
Entonces Hugo volvió a la realidad:
–¿Qué dijo de los peces?, se preguntó. ¡Ah, se trataba del niño de la Biblia que dio al Señor Jesús cinco panes y dos peces, y con ello más de 5 000 personas fueron alimentadas!
Hugo volvió a casa muy pensativo.
–Ese chico dio dos peces…
La decisión que tomó le costó un poco, pero ya estaba decidido: el próximo domingo daría su precioso dinero para la misión que ayuda a los leprosos.
Días más tarde el tío de Hugo se enteró del buen gesto de su sobrino y le regaló un acuario con dos magníficos pececillos.
Ezequiel 16:1-34 – Hechos 21:37-22:21 – Salmo 35:1-8 – Proverbios 11:29-30