Si reflexiono sobre Dios, sobre su existencia eterna, su presencia en todas partes, y al mismo tiempo sobre su grandeza, su sabiduría, su poder, esta pregunta resuena en mí: “¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?” (Job 11:7). Al contemplar el cielo y la tierra debo admitir que lo que veo es una ínfima parte de las obras del Creador: “Estas cosas son solo los bordes de sus caminos; ¡y cuán leve es el susurro que hemos oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?” (Job 26:14).
¿Y qué decir de su amor incondicional? Al pensar en sus constantes cuidados, exclamo: “Has aumentado, oh Señor Dios mío, tus maravillas; y tus pensamientos para con nosotros, no es posible contarlos ante ti. Si yo anunciare y hablare de ellos, no pueden ser enumerados” (Salmo 40:5).
Cuando pienso en la omnisciencia de Dios, en su perfecto conocimiento de mi vida, debo reconocer que Su grandeza va más allá de mi comprensión: “Aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda… Sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Salmo 139:4-6).
Nuestras limitaciones humanas nos enseñan la humildad, pero la fe recibe la revelación de Dios en Jesucristo y nos lleva a adorarle. Dios creó todo para transmitir la vida y la felicidad a sus criaturas, y admitirlas en su gloriosa presencia.
1 Samuel 10 – Mateo 9:18-38 – Salmo 9:1-10 – Proverbios 3:11-12