Desde el comienzo de la humanidad, muchas personas han adorado a los ídolos, y lo mismo sucede hoy. No creamos que un trozo de madera o de piedra pueda tener poder. Por el contrario, los que enseñan o invocan estos poderes están relacionados con fuerzas malignas y engañosas. Aunque el ídolo en sí mismo no es nada, las enseñanzas de quienes se asocian a esas prácticas no son neutrales en el plano espiritual.
Estas son, según la Biblia, “doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Una de las formas en que actúan los poderes del mal es difundiendo información falsa y filosofías engañosas.
Nuestro mundo contemporáneo está lleno de enseñanzas opuestas a Dios, aunque no se presenten como tales. Todo lo que conduce a la indiferencia hacia Dios, en realidad está en contra de Dios. Todo lo que es vano y nos desconecta voluntaria o inconscientemente de nuestra relación con Dios, fácilmente se convierte en un ídolo, porque ocupa nuestro tiempo y nuestros pensamientos.
Para resistir este engaño tenemos la Palabra de Dios. Ella nos revela a Jesucristo. Él es la verdad, es “la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15), es “el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20). Él es “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). A través de Jesucristo podemos relacionarnos con el Dios vivo: el que nos libró de la potestad de las tinieblas también tiene el poder para guardarnos del mal (Colosenses 1:13; Judas 24).
2 Reyes 25 – 2 Timoteo 2 – Salmo 76 – Proverbios 18:4-5