Estamos viviendo en una época donde el individualismo es cada vez mayor, lo que afecta nuestra forma de pensar y comportarnos como creyentes. Desafortunadamente, podemos llegar a creer erróneamente que somos completamente independientes y pensar que no necesitamos la ayuda de los demás.
Nuestra fragilidad y dependencia de otros se evidencia claramente a través de la sabiduría divina en la Iglesia. Si Dios hubiera querido, él podría habernos otorgado, a cada uno de nosotros, todas las manifestaciones del Espíritu, haciéndonos completamente autónomos. Sin embargo, nuestro Dios y Padre quiere que seamos conscientes de que necesitamos a los demás. Por este motivo, él se complace en tener un solo Cuerpo, compuesto por diferentes miembros unidos a la Cabeza, Cristo. Algunos miembros son más fuertes y otros más débiles, pero incluso los más débiles son necesarios. Incluso Pablo, un fuerte, expresó: “Porque deseo veros… para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí” (Ro. 1:11-12).
El Señor Jesús es suficiente para todo, pero también se complace en usar a cada miembro de su cuerpo para proporcionar el cuidado necesario a todos sus miembros.
Debemos aprender la valiosa lección de la dependencia: dependencia de Cristo y necesidad de los demás. Por tanto, “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (He. 10:24), para la edificación de todos.