El Salmo 23 es un cántico entonado por aquellos que pueden decir: “El Señor es mi Pastor”. Este salmo nos presenta al Gran Pastor, cuya muerte en la cruz trajo vida y paz a un mundo lleno de muerte y oscuridad. En la actualidad, él se encuentra sentado a la diestra de Dios en el cielo. David, el dulce cantor de Israel, anticipa en este salmo la alegría del Pastor al mirar hacia esta tierra y ver a sus innumerables ovejas, tanto judías como gentiles, regocijándose en los frutos de su victoria. El Pastor ama a sus ovejas, y el Padre también las ama. Es por eso que Cristo “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (He. 12:2).
Desde el trono en el que ahora se encuentra, el Gran Pastor, quien tiene toda autoridad, cuida, guía, alimenta y conduce a sus ovejas. Ellas lo siguen porque conocen su voz y confían plenamente en él. Con gran valentía, pueden decir: “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (He. 13:6).
El Pastor protege a las ovejas de los peligros exteriores y cuida de su estado espiritual interior. Se asegura de que tengan el alimento adecuado, ofreciéndoles los verdes pastos de la Palabra. Cuando las ovejas están satisfechas, se acuestan a meditar en las glorias de este maravilloso Pastor y en su amor inmutable. Si las ovejas se alejan del Pastor, él las restaura a sí mismo. Su vara y su cayado brindan el consuelo, la dirección y la corrección necesarias. Cuando pensamos en todas las provisiones del Gran Pastor, nuestra copa rebosa de alabanza y agradecimiento a él.