Querido lector cristiano, ¿alguna vez se ha sentido avergonzado de algo? Tal vez sea algo que haya hecho en secreto y que espera que nadie descubra. Tal vez teme dar cuenta de aquello ante el “tribunal de Cristo” (véase 2 Co. 5:10). Pablo animó a Timoteo, un joven discípulo, con las palabras del texto de hoy: “No te avergüences”. Timoteo necesitaba recibir este aliento, pues el testimonio de Dios estaba recibiendo una cruenta oposición. Esto llevó a muchos a no querer asociarse con Pablo, quien estaba preso en una cárcel romana.
Pablo le recuerda a Timoteo que Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio. Dios está llevando a cabo su maravilloso plan de salvación, que fue revelado a través de la aparición de nuestro Salvador, Jesucristo.
El apóstol Pablo había sufrido persecución y encarcelamiento, sin embargo, él podía decir: “No me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12). Pablo confió todo su pasado, presente y futuro a Aquel en quien había creído.
Al final del capítulo, Pablo también menciona a Onesíforo, quien tampoco se avergonzaba del evangelio. Su nombre significa «quien trae ganancia», y él obtuvo mucha ganancia cuando se asoció con Pablo, un hombre despreciado y encarcelado (2 Ti. 1:16). Onesíforo buscó diligentemente a Pablo y lo confortó en muchas ocasiones. ¡Oh, que nosotros también podamos confortar el corazón del Señor Jesús y no avergonzarnos de estar asociados con él en un mundo que lo ha rechazado! “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación” (Ro. 1:16).