Siempre debemos recordar que el precio de compra ha sido pagado y el Espíritu Santo ha tomado posesión de aquellos a quienes Dios ha redimido. Nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, el cual está en nosotros. No solo nuestras almas, sino también nuestros cuerpos, almas y espíritus le pertenecen al Señor, ahora y para siempre.
Imaginemos que compramos una casa y acordamos tomar posesión en una fecha determinada. Nos resultaría extraño que el antiguo propietario aún estuviera allí e insistiera en ocupar algunas habitaciones, ¿verdad? Le señalaríamos lo irrazonable e injusto de tal comportamiento. Sin embargo, a menudo actuamos de manera similar. Decimos: «Sí, Señor, somos tuyos», pero no nos sometemos a él y preferimos utilizar nuestros cuerpos para nuestros propios fines egoístas.
Meditemos en cuán injusto es este comportamiento y consideremos nuestro sagrado privilegio de presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, para que él sea glorificado en nuestro cuerpo y lo utilice para su servicio.