El decreto del rey Darío para reconstruir el templo tuvo el efecto deseado. Los enemigos de los judíos obedecieron la orden de dejarlos trabajar tranquilos, y durante los siguientes cuatro años, los judíos edificaron, prosperaron y terminaron la construcción del templo.
El siguiente paso era la dedicación de esta “casa de Dios”, un término utilizado en el Antiguo Testamento para referirse a un edificio material. El Nuevo Testamento no denomina a un edificio material como la “casa de Dios”. En lugar de eso, Hechos 17:24 dice que Dios, “siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas”. Todos los creyentes en el Señor Jesucristo son vistos como parte de la Casa de Dios, “la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. Este edificio espiritual “va creciendo para ser un templo santo en el Señor” como una “morada de Dios en el Espíritu” (1 Ti. 3:15; Ef. 2:21-22).
La cantidad de sacrificios fue pequeña en comparación con los 22. 000 becerros y 120. 000 ovejas que se sacrificaron durante la dedicación del templo de Salomón. Pero hubo verdadero gozo en el pueblo, y las cosas se hicieron “conforme a lo escrito en el libro de Moisés” (v. 18). También ofrecieron “doce machos cabríos en expiación por todo Israel”. Lo ofrecieron por ellos mismos, por los que aún estaban en Babilonia, e incluso por las diez tribus que fueron llevadas cautivas mucho tiempo antes. ¡Qué importante es que nosotros, de igual manera, no pensemos y oremos solo por aquellos con los que nos reunimos y tenemos comunión práctica, sino por toda la Iglesia, la Casa de Dios en la tierra!