Hubo una gran sequía en Israel; se habían secado las fuentes de vida y refrigerio. El cielo no había dado sus lluvias revitalizadoras, refrescantes y fructíferas; todo estaba desolado y estéril. Es muy triste cuando Dios detiene las bendiciones de su pueblo. Él ama a sus santos y se complace en bendecirlos. Pero lo que vemos aquí, ¡qué situación tan diferente! (vv. 1-6). ¿Acaso no hay causa? “Nuestras iniquidades testifican contra nosotros… nuestras rebeliones se han multiplicado” (v. 7).
¿No nos lamentamos por la falta de poder y bendición espiritual en nuestros días? ¿No nos preguntamos: “¿acaso no hay causa?” ¿No hemos fallado y pecado? En los tiempos antiguos, los hombres de fe, varones de Dios que sintieron profundamente la condición y la culpa del pueblo de Dios, e inclinaron sus corazones delante de Él, estaban acostumbrados a decir: “nuestras iniquidades” y “hemos pecado”. Hoy en día más bien escuchamos: “Ellos pecaron, ellos han hecho mal”. El versículo 9 es muy precioso, pues nos muestra que donde hay fe sencilla y juicio propio, el alma siempre puede aferrarse al Señor y mirarle, diciendo: “Sin embargo, tú estás entre nosotros, oh Jehová, y sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares”.
Pero el Señor debe vindicar su Nombre; el mal debe ser juzgado (vv. 10-16). Sabemos cuántos males han sido introducidos, no solo por falsos profetas, o falsos hermanos, sino por verdaderos siervos del Señor. ¡Cuán a menudo las disputas, conflictos y divisiones han sido introducidos por el desacuerdo entre hermanos considerados líderes o conductores! ¡Cuántos creyentes, al ver los problemas y la debilidad que se han introducido, se han apartado del camino de la fe, uniéndose a prácticas que no están en conformidad con la Escritura, o incluso han regresado al mundo, pensando hallar un camino más fácil y de mayor bendición! Pero “¿hay entre los ídolos de las naciones quien haga llover? ¿y darán los cielos lluvias?” (v. 22). ¡Oh, qué necedad y qué perdida el apartarse del Señor!