Nuevamente Israel hizo lo malo a los ojos de Dios. Durante este tiempo de debilidad y fracaso, Dios levantó a una profetisa, Débora esposa de Lapidot, para juzgar a su pueblo. Ella lo hizo desde la tranquilidad de su hogar, pues Israel iba a ella en busca de juicio. La piedad de Débora imponía respeto. Ella no se impuso ni tomó el rol de un comandante de ejército, sino que le comunicó a Barac un mensaje de parte de Dios.
Dios había escogido a Barac para liderar a 10. 000 hombres de Neftalí y Zabulón en contra de Sísara, el general del ejército del rey Jabín de Canaán. La batalla se libraría en el Monte Tabor en el territorio dado por herencia a Zabulón. Ni Zabulón ni Neftalí habían expulsado a los cananeos de su herencia. Como consecuencia, el rey Jabín reinaba en Hazor, una ciudad dentro de la heredad de Neftalí, y había reunido a un inmenso ejército de 900 carros de hierro. El mensaje de Dios para Barac fue: “entregaré [a Jabín] en tus manos”. Podemos entender como humanos que Barac tuviese miedo. Su debilidad se manifestó cuando se rehusó a ir a menos que Débora lo acompañara. Confiando en la Palabra de Dios, ella estuvo de acuerdo en ir con él, pero le dijo que Dios le daría el honor a una mujer, no a él.
Demos gracias a Dios por las mujeres piadosas-Débora, y Jael la esposa de Heber, ¡que mató a Sísara cuando este buscaba refugio en su tienda! Como mujeres, no se aventuraron a la batalla, sino que hicieron lo correcto cuando Barac dudó en obedecer el mandato de Dios.