En todas las historias de la Biblia, incluso en las tristes, Dios nos enseña algo. El relato del adulterio de David con la mujer de uno de sus soldados es un ejemplo de ello (2 Samuel 11). David trató de ocultar su pecado e ideó un plan perverso para que ese soldado muriese en la guerra. Así que David era culpable ante los hombres y ante Dios. Pero reconoció su pecado y declaró: “Pequé contra el Señor”. Un siervo de Dios le respondió: “El Señor ha remitido tu pecado; no morirás” (2 Samuel 12:13). David sufrió las consecuencias de su pecado, pero fue perdonado por Dios, y lo expresó así: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1).
¿Dios es justo perdonando al culpable? Sí, porque Jesús, quien no tenía pecado, sufrió en la cruz el castigo que yo merecía. Si yo, que soy un culpable, creo en Jesús, Dios me perdona. Mi pecado es borrado, cubierto, Dios me considera como revestido de la justicia de Cristo. Abraham fue justificado porque creyó en Dios. El apóstol Pablo se refirió a esto en Romanos 4:20-24. Esta “justificación” caracteriza a todos los que creen en el Señor Jesús y en su resurrección. El creyente justificado es declarado “bienaventurado”, pues ya no es culpable, nadie puede acusarlo. Su «historial delictivo» está definitivamente limpio.
“Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
2 Crónicas 5 – Lucas 23:1-25 – Salmo 96:7-13 – Proverbios 21:23-24