«Odiaba la expresión «justicia de Dios», porque la entendía como el hecho de que Dios castiga a los pecadores. A pesar de mi vida irreprochable como monje, me sentía un pecador ante los ojos de Dios. Mi conciencia estaba violentamente alterada. Sondeaba sin tregua este versículo de la carta del apóstol Pablo a los romanos: “La justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”.
Finalmente, Dios tuvo misericordia de mí. Meditando en ello noche y día, comencé a entender que aquí la justicia de Dios significa la justicia que Dios da y por la cual el justo vive, si tiene fe. El sentido de la frase es, pues, este: el Evangelio nos revela la justicia de Dios, la justicia cumplida, por la cual Dios en su misericordia nos justifica por medio de la fe…
Al instante me sentí renacer, me pareció que había entrado al mismísimo cielo. Desde entonces, toda la Escritura adquirió un nuevo aspecto a mis ojos. Repasé los pasajes que venían a mi memoria y anoté otros términos que debía explicar de forma análoga, por ejemplo, el poder de Dios por el cual él nos da su fuerza, la sabiduría por la que nos hace sabios, la salvación, la gloria de Dios.
Así como antes había detestado esta expresión de la «justicia de Dios», ahora apreciaba esta dulce palabra, y este pasaje de Pablo pasó a ser para mí la puerta del cielo».
1 Crónicas 12 – Lucas 12:22-40 – Salmo 89:28-37 – Proverbios 20:16-17