«En medio de la superficialidad de la vida cotidiana, yo sentía que alguien estaba presente. Era Dios, y me amaba. ¡Viví esto como una revolución fantástica! Dios me amaba, y esto cambió mi vida. La transformó radicalmente, porque antes estaba atrapado por los placeres de este mundo y el estrés» (Emmanuel).
El fundamento de la fe cristiana es creer en el amor de Dios y en su perdón. Este amor brilló cuando Jesús, clavado en la cruz, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Debemos creer en este amor y recibirlo. ¡Es sorprendente que Dios pueda amarnos tanto, siendo nosotros tan indignos de su amor! A veces luchamos contra los pensamientos de duda. ¿Dios me ama? ¿Cómo es posible?
La fe nos da la entrada al reino del amor divino. Debemos creer en el amor que Dios tiene por nosotros, no solo cuando nos convertimos, sino a lo largo de toda nuestra vida.
Su amor es muy diferente al amor humano, el cual varía según la persona y nuestros límites. Dios no nos ama por una u otra cualidad. Él nos ama antes de que nosotros lo hayamos amado, su amor es incondicional, ilimitado… Incluso cuando pecamos, Dios no deja de amarnos. Nos busca, nos atrae hacia él con ternura, nos perdona y nos levanta.
Su amor es la base de nuestra relación con él, es nuestro «hogar». ¡Jesús nos invita a permanecer en su amor todos los días, para siempre!
1 Crónicas 8 – Lucas 10:21-42 – Salmo 89:1-6 – Proverbios 20:8-9