Seguramente todos hemos leído u oído relatos de conversiones espectaculares. Dios se reveló a unos de una manera, y a otros de otra. La Biblia también nos habla de conversiones radicales, como la del apóstol Pablo, a quien el Señor detuvo con una gran luz que le hizo caer a tierra (Hechos 9:4).
Pero Pablo trabajó para el Señor con un joven llamado Timoteo, cuya historia es muy diferente… Fue criado por una madre y una abuela creyentes que le hablaban del Señor y mostraban su fe en la vida cotidiana. El apóstol habla de la fe sincera que habitó primero en su abuela Loida y en su madre Eunice (2 Timoteo 1:5). Por este medio el Señor tocó su corazón.
Quizás usted también se haya criado en una familia cristiana. Su fe de niño se convirtió en una fe personal y, mientras crecía, decidió seguir a Cristo. Como todo hombre, era un pecador, y necesitaba a Jesús. Entonces tiene un testimonio que contar. Es posible que haya olvidado la fecha de su conversión, que no pueda dar testimonio de un cambio radical, pero puede hablar de su vida con Jesucristo, de cómo lo ha liberado en muchas ocasiones, porque él se ha ocupado de usted cada día. También tenía y tiene en su corazón malas tendencias, de las cuales Dios lo libera día tras día.
Cada conversión es un milagro de Dios. Glorifíquelo con su testimonio, como dijo Samuel: “Hasta aquí nos ayudó el Señor” (1 Samuel 7:12).
“Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).
1 Crónicas 1 – Lucas 7:1-23 – Salmo 85:8-13 – Proverbios 19:22-23