El astronauta Neil Armstrong fue el primer hombre en pisar la Luna (21 de julio de 1969). Allí pronunció una frase difundida por todos los medios de comunicación: «Un pequeño paso para un hombre… un gran paso para la humanidad».

Es cierto, estos pequeños pasos de los astronautas fueron una expresión concreta del gran paso que la ciencia y la tecnología habían dado para hacer posible esta breve visita a la luna.

James Irwin, el octavo hombre que caminó sobre la luna, dijo: «Lo más importante no es que un hombre haya caminado sobre la luna, sino que Dios haya caminado sobre la tierra en la persona de Jesucristo». ¡Este punto de vista es muy diferente! Veinte siglos antes, la venida de Jesucristo a la tierra se anunció así: “Nos visitó desde lo alto la aurora… para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1:78-79). En Jesús, Dios vino a nuestro encuentro. La expresión «gran paso» no es suficiente para decir que Jesús vino del cielo a vivir entre nosotros en la tierra.

¿Luego, cómo describir sus “pasos” en la tierra, su andar incansable haciendo el bien a todos? ¿Y qué decir de sus últimos pasos? “Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera… y allí le crucificaron” (Juan 19:17-18). Allí, en la cruz, “Cristo… se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). ¡Qué acto tan extraordinario para salvar a la humanidad, mucho más transcendental que un «gran paso»! Aún hoy, el que invoca el nombre del Señor es salvo del juicio eterno, y estará con Jesús eternamente.