Un coro de niños tituló así su espectáculo en el que las escenas y canciones representaban la vida con sus altibajos: nacimiento, infancia, adolescencia, amor, matrimonio, nacimiento de los hijos, separación, vejez, muerte. Esto me hizo reflexionar…
De vez en cuando es útil hacer un balance sobre nuestra manera de vivir. Algunas personas piensan que para vivir plenamente la vida debemos liberarnos de toda tutela, especialmente de Dios. Nos atribuimos el derecho de hacer lo que nos place. Esto significa olvidar que el honor y la sumisión son debidos a Dios nuestro Creador. Él nos dice: “Buscadme, y viviréis” (Amós 5:4). Sin una relación con Dios caminamos hacia la muerte, es decir, hacia la separación eterna de él. Por eso Dios nos invita a elegir la vida eterna, que tiene su fuente en él, y que continúa después de la muerte física. Esta vida está en Jesús, el Hijo de Dios, y se vio manifestada en él cuando vino a la tierra. “La vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó” (1 Juan 1:2). Si creemos en él, podemos recibir la vida eterna. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Para los que han creído en Jesús, él es el modelo para vivir una vida que agrade a Dios. Entonces podrán crecer en su conocimiento, y no vivir más para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos (2 Corintios 5:15).
Daniel 7 – 2 Juan – Salmo 78:65-72 – Proverbios 18:20-21