La Biblia nos cuenta la historia de Noemí, historia triste al principio, pero hermosa al final. Noemí se había ido con su marido y sus dos hijos a otro país para huir del hambre que azotaba a Israel, olvidando que Dios podía proveer a las necesidades de su pueblo. Allá, sus hijos se casaron; luego su esposo y sus dos hijos murieron. Destrozada, humillada y llena de amargura volvió a su país, reconociendo que el Señor, el Todopoderoso, la había afligido.
Aunque no he experimentado todas estas desgracias, puedo identificarme con Noemí. Es más fácil quedarse en el pasado que asumir las consecuencias de nuestras decisiones, ¿no es así?
Pero Rut, la extranjera, se encariñó con Noemí su suegra y decidió confiar en el Dios que Noemí presentaba como el que la había afligido. Ella decidió seguirle y servirle. Y poco a poco, en una hermosa complicidad, Rut y su suegra volvieron a encontrar la felicidad. Descubrieron “la mano de Dios” que tiene el control de todo, y puede cambiar para bien los problemas que surgen por nuestra propia culpa.
Como a menudo dudo, me resulta más difícil identificarme con Rut. Sin embargo, la fe sencilla y total que ella puso en el Dios soberano la llevó a tener una nueva vida, porque el Dios al que decidió seguir es un Dios de amor, que no abandona a los que confían en él, sino que los salva y los libera.
Dios envió a Jesús a nuestro encuentro, para mostrarnos el camino hacia él. ¡Esta es la prueba de que realmente quiere nuestro bien!
Daniel 6 – 1 Juan 5 – Salmo 78:56-65 – Proverbios 18:18-19