– A menudo tengo dudas. Mi fe parece tan débil, y me pregunto si tengo fe o no.
– La duda no es incredulidad, pero contentarse con la duda conduce a la incredulidad. El incrédulo no cree lo que se le dice, lo rechaza. El que duda se hace preguntas, se interroga, a veces dolorosamente. Cuando se habla de duda en el Nuevo Testamento, se refiere a los creyentes: Pedro, cuando comenzó a hundirse mientras caminaba hacia Jesús; unos discípulos cuando se encontraron con Jesús resucitado, etc.
No vacile en contarle a Dios sus dudas, pues él le responderá. Puede hacerlo cuando usted ora solo, o con otro cristiano, o mientras lee la Biblia, porque la Palabra de Dios es viva. ¡Penetra hasta el alma y el espíritu! Y la fe viene por el oír la Palabra de Dios (Hebreos 4:12-13; Romanos 10:17).
Las dudas también aparecen como una prueba de la fe, que permite distinguir entre nuestras creencias basadas en la sabiduría de los hombres, incluso de los cristianos, y nuestras convicciones basadas en la Palabra de Dios. Con la certeza de que el Señor Jesús siempre está cerca de nosotros, aprendemos a no soltar su mano, y nuestra fe crece. Un cristiano que pasó por tiempos de duda, a menudo adquirió la humildad necesaria para dialogar con otros y compartir sus preocupaciones.
«No es por ingenuidad que creo en Jesucristo y confieso su nombre. La convicción de que vino a salvarme nació a través del horno de la duda».
2 Reyes 23:1-20 – 1 Timoteo 5 – Salmo 74:1-11 – Proverbios 17:27-28