El diccionario de la Real Academia Española define la «ambición» como el deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama. Es una fuerza motriz muy conocida en el mundo del trabajo y de la sociedad. Pero, ¡cuidado, no es una virtud cristiana! Charles Spurgeon, el famoso predicador inglés, dijo que para un cristiano la ambición es una anomalía. La búsqueda del éxito nos hace codiciar lo que no tenemos, aviva los celos y el egoísmo, cierra el corazón a la compasión. Nos hace olvidar a Dios y nos ata al mundo y a lo que este nos ofrece.
Por supuesto, debemos trabajar con diligencia, como para el Señor, pero, ¿cuáles son nuestras prioridades? ¿Nos dejamos absorber por nuestras actividades a tal punto que descuidamos nuestra familia, nuestros hermanos, nuestro tiempo con el Señor Jesús? Esto no es lo que él quiere. Él desea que descubramos todos sus tesoros mediante su Palabra: las inmensas riquezas de su gracia, su gloria, quién es él, lo que ha hecho, lo que quiere darnos para el presente y para el futuro. Nuestro mayor deseo, nuestra «ambición» como cristianos, debería ser conocer mejor su voluntad revelada en la Biblia, para así agradarle, honrarle y servirle en toda nuestra vida. Concentremos nuestros esfuerzos, no en mejorar nuestro bienestar, sino en vivir para Cristo, para su Iglesia y para el Evangelio. Tomemos las decisiones correctas, ¡no desperdiciemos nuestro tiempo en cosas vanas!
“Mejor es lo poco con el temor del Señor, que el gran tesoro donde hay turbación” (Proverbios 15:16).
2 Reyes 20 – 1 Timoteo 2 – Salmo 73:1-9 – Proverbios 17:21-22