Algunas obras literarias presentan la muerte de Jesús como la de un mártir, una víctima de la maldad de los hombres. Es cierto que Jesús fue condenado injustamente por tribunales inicuos. Pero aceptó morir libremente cumpliendo la obra que el Padre le había encomendado, la única obra que podía salvar a los hombres de sus pecados.
El evangelio según Juan subraya especialmente esa calma determinación de Jesús en el momento de su muerte (Juan 18:1-12). Cuando los soldados llegaron para apoderarse de él, no trató de huir. Simplemente se adelantó hacia ellos y les preguntó dos veces consecutivas: “¿A quién buscáis?”. Ellos respondieron: “A Jesús nazareno”, y dos veces Jesús contestó: “Yo soy”. Al oír esta respuesta, los soldados retrocedieron y cayeron a tierra. Súbitamente fueron puestos en presencia de la majestad de aquel a quien habían ido a arrestar.
Luego, en ese momento extremo, el Señor protegió a sus discípulos, diciendo: “Si me buscáis a mí, dejad ir a estos”. Con estas palabras Jesús aceptó ser arrestado, pero ordenó que se dejara ir a los suyos.
¿Por qué Jesús se dejó detener por sus enemigos? Él mismo dijo a su discípulo que intentaba defenderle: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”. Jesús se dejó detener para que el amor de Dios alcanzase a todos los que acuden a él por la fe.
2 Reyes 16 – Efesios 4:1-16 – Salmo 71:7-11 – Proverbios 17:11-12