Yendo al Señor Jesús por la fe, aprendo a conocer a Dios y a su Hijo Jesucristo. Recibo una nueva vida, la vida eterna. Como resultado, también aprendo a conocerme mejor a mí mismo. Y lo que descubro puede desanimarme. Porque no solo he cometido pecados, sino que constato que en mí hay una naturaleza malvada que produce esos pecados.
Como creyente nacido de nuevo tengo una nueva naturaleza animada por el Espíritu de Dios para hacer el bien. Por un lado, deseo agradar al Señor, y por el otro, tengo la tendencia a pecar.
En la Palabra hallo el secreto de la victoria: la muerte de Cristo, que quitó mis pecados, también me liberó de la esclavitud del pecado en mi carne (mi vieja naturaleza). Este pecado fue condenado por Dios en la cruz (Romanos 8:3). ¡Si creo esto, tengo la victoria sobre él y soy liberado de su poder!
Los versículos citados nos muestran tres puntos que debemos recordar:
– Lo que Dios hizo: “nuestro viejo hombre fue crucificado” con Cristo.
– La consecuencia: “consideraos muertos al pecado”. Esta liberación es un hecho cumplido por Cristo en la cruz.
– La aplicación práctica: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo”. Si me considero muerto al pecado con Cristo, el pecado ya no puede ser mi amo, y descubro que mi vida está ligada a la de Cristo (Colosenses 3:3). Entonces puedo apartar mis ojos del mal que hay en mí, y vivir en íntima y feliz comunión con mi Señor.
2 Reyes 15 – Efesios 3 – Salmo 71:1-6 – Proverbios 17:9-10