El que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.
Todo creyente nacido de nuevo tiene el Espíritu Santo, que mora en su cuerpo como en un templo (1 Corintios 6:19). En los versículos citados, el Espíritu es presentado bajo tres aspectos:
– Un sello, una marca de pertenencia. Lleva el nombre de su propietario o una señal que lo identifica. Mediante el sello del Espíritu Santo, Dios pone una marca en el creyente: esta certifica que el creyente pertenece a Dios.
– Las arras: es una prenda o dinero entregado como garantía para asegurar el cumplimiento de una obligación. El Espíritu Santo, que mora en el corazón del creyente, le da, junto con la seguridad de pertenecer al Señor, la paz y el gozo, mientras espera la felicidad perfecta que disfrutará con Jesús en el cielo.
– Una unción: es el acto mediante el cual se derramaba aceite sobre la cabeza de alguien para consagrarlo, a fin de otorgarle una función particular, como el sacerdocio (Éxodo 29:7), o la realeza (1 Samuel 16:11-13). Hoy en día, el Espíritu Santo capacita al creyente para que comprenda qué agrada a Dios y cómo ponerlo en práctica, cualquiera que sea su edad en la fe (1 Juan 2:20). La unción del Espíritu Santo concede una misión a cada creyente y lo capacita para servir a Dios.
Cristianos, el hecho de que el Espíritu habite en nosotros es un tesoro y un recurso incalculable.
“Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:20).